Este libro está dirigido a toda la población que sienta un especial interés por saber cuál es el motivo de su enfermedad y cómo ponerle remedio; a los que quieran evitar enfermarse; también a profesionales médicos y de medicinas alternativas, terapeutas y, cómo no, a especialistas del sector sanitario para que amplíen conocimientos y comprendan que la mejor medicina es una eficaz prevención y una buena calidad de vida.
La necesidad de compartir mi experiencia médica de muchos años con usted, lector, es lo que me ha empujado a escribir este libro.
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Desde 1985 a 1988 estuve de médico interno en el servicio de cirugía del Hospital de la Cruz Roja de Hospitalet.
Cuando terminé la carrera de medicina me propusieron trabajar en Manresa, como médico del servicio urgencias en el Hospital de San Andrés de Manresa. Allí me contrataron primero para la plaza de médico de urgencias. Al medio año
de estancia en dicho hospital, me propusieron estar de médico residente de traumatología y cirugía del Hospital General de Manresa. Acepté. Me pasé muchos años en el servicio de traumatología.
Durante mi estancia en urgencias observé que a menudo venían jóvenes de entre 15 y 18 años con grandes dolores cervicales. Les atendía y exploraba y, ante mi asombro, tras hacerles una radiografía, esta aparecía sin ninguna lesión, absolutamente normal. Me empezaba a preguntar qué podría ocasionar aquellos dolores. Como contraste, coincidía en que en alguna ocasión, tras la exploración preoperatoria de un paciente, observaba atónita cómo sus cervicales estaban muy dañadas y que, sin embargo, aquella persona no sentía ningún dolor; de hecho, su consulta era por otro tema concreto. Cuando hablabas con el paciente, te dabas cuenta de que era una persona positiva, de que aún en situaciones extremadamente duras y difíciles de su vida había sacado fuerzas para luchar y había conseguido salir adelante, tenía buen humor e irradiaba paz. Comparando, me di cuenta de que los jóvenes que sentían fuertes dolores estaban preocupados, tensos y que llevaban mal los problemas de la vida. Me puse a pensar cómo podría ser que algunas personas, sin existir una lesión física, sintieran dolor en una zona determinada de su cuerpo y, sin embargo, que otras, padeciendo realmente una contractura o con un miembro dañado, no lo sintieran. ¿Podría haber otros componentes psicológicos que produjeran ese dolor?
Partí de estas experiencias para seguir valorando cómo funcionaba nuestro cuerpo. El tratamiento traumatológico se basaba en antiinflamatorios, relajantes musculares, corticoides, fisioterapia y en cirugía, pero, ¿cómo se trataba la parte emocional?
Observé cómo algunos médicos, cuando a una paciente le dolían varias cosas a la vez la tachaban de «pesada», nerviosa y neurótica, y, si tras la prescripción de un medicamento insistía en que continuaba con los dolores, la consideraban una paciente difícil. Se le iban cambiando los medicamentos, que a menudo eran antiinflamatorios, tranquilizantes o antidepresivos, para ver si mejoraba sin indagar en nada más. Algunos pacientes, tras la remisión del dolor y cansados de tomar tantos fármacos, acudían a medicinas alternativas o a curanderos buscando una solución.
Más tarde, me especialicé en anestesia y reanimación en el Hospital Clínico de Barcelona, donde estuve cuatro años practicando la especialidad. En 1993 y 1994 realicé los cursos de doctorado de anestesia y reanimación en la Universidad de Barcelona. En los cuatro años que estuve en el Hospital Clínico de Barcelona tuve tiempo de pasar por la mayoría de las especialidades médicas. La que me causó un especial impacto fue la unidad del dolor, donde se trataba a todo tipo de pacientes de todas las especialidades que como factor común tenían el «dolor». El tratamiento que se utilizaba eran la administración de fármacos por vía endovenosa, intramuscular, oral y peridural, fundamentalmente. Una vez más, se trataba al enfermo a nivel físico y, si bien el dolor por un tiempo se mitigaba o desaparecía, pasado el efecto de los fármacos, reaparecía. Realmente había casos muy difíciles y los profesionales médicos hacían todo lo que podían. A veces eran pacientes terminales; frecuentemente con metástasis óseas; otros, con dolores neurológicos, ya habían probado muchas opciones con ciertos resultados. Los antiinflamatorios se alternaban a veces con sedantes y antidepresivos, buscando con desesperación que el paciente sufriera lo menos posible, aunque con ello se sabía que podrían lesionar otros órganos.
En mi afán por investigar métodos que no lesionaran al enfermo, estudié medicina natural. Aprendí diferentes e interesantes maneras de curar en las que se empezaba por ver a la persona dentro de una globalidad. No era solo una rodilla; no era solo un intestino, sino que todo parecía interrelacionado. Eran otros conceptos en los cuales cada parte del cuerpo tenía que ver con la zona que presentaba un dolor o una enfermedad, incluso a nivel emocional.
Disfruté mucho, y me gustó la manera en cómo se contemplaba al ser humano en unión con la naturaleza. Los remedios eran curiosos, sencillos y eficaces en multitud de ocasiones. Tuve la suerte de aprender iridología, reflexología… Entré en el mundo de la nutrición general y de la nutrición vegetariana. ¡Qué importante es alimentarse bien!
Siguiendo otras vías para poder ayudar a aquellos que continuaban con dolor a pesar de los fármacos utilizados, me introduje en la medicina china. Durante más de cuatro años estudié intensamente para adquirir sus conocimientos y observé la eficacia en la práctica médica. Los chinos no solo tienen en cuenta la parte física, sino también la parte emocional y la espiritual, así como la energía del paciente, la cual contemplan como canales energéticos. Estos canales deben estar libres de cualquier interferencia para fluir en armonía, ya que, de lo contrario, contribuyen a la formación de enfermedades o alteraciones en cualquier nivel: en los niveles físico, mental y emocional. A nivel físico, tienen en cuenta los cinco elementos: la madera, el metal, el fuego, el agua y la tierra, y, cómo no, las siete pasiones, es decir las emociones. «Qué curioso», me puse a pensar, «quizá eso tenga algo que ver con la percepción que yo tenía de pequeña de que las emociones negativas nos enferman».
Pude observar que, tratando las lesiones a nivel energético, también mejoraban los huesos, las articulaciones, los dolores abdominales y otras alteraciones físicas. Parecía que todo estaba interrelacionado. ¡Qué maravilla era el ser humano! Empezaba a coger fuerza la idea de «unión con el TODO». Iba entrando en un fascinante mundo donde nuestra máquina era ese «TODO».
Estudié homeopatía médica y de nuevo la interrelación era espectacular; los remedios homeopáticos curaban distintos niveles a la vez. La homeopatía médica ayuda a restablecer la salud de nuestro cuerpo a la vez que cura los patrones erróneos. Muy parecida a la medicina china, trataba los distintos niveles del ser humano, es decir: el físico, el psíquico, el emocional, el espiritual y el energético. Era fascinante encontrarte con estas posibilidades, y no solo adentrarte en el interior del cuerpo a nivel físico, sino también en su psique, en su alma o supraconsciente.
Mi interés en investigar las causas de cualquier enfermedad me llevó a estudiar osteopatía durante seis años. Mientras realizaba mis estudios en la universidad, con el interés de mejorar los huesos, manipularlos (recordad que estuve diez años entre residente y médico de urgencias de traumatología y cirugía), volví a encontrar ese mundo apasionante; todo estaba interrelacionado de nuevo y me daba cuenta de que, trabajando a distintos niveles, el paciente mejoraba o se curaba de forma más rápida. ¡Era increíble!; había un movimiento respiratorio primario, pero también había órganos que se movían al respirar, por supuesto, más lentamente y que estaban relacionados entre sí como, por ejemplo, el hueso esfenoides con el sacro, etcétera. Las emociones distorsionadas del ser humano afectaban a su parte física y liberándolas desaparecía el dolor, ya fuera articular, renal, abdominal… Todo tenía explicación neurológica y científica.
Al desconocer muchas personas cómo actúa la osteopatía les informo de los buenos resultados en el paciente con tratamientos de repercusión muscular, ósea, vascular, abdominal, neurológica y emocional.
Con esta experiencia acumulada empecé a trabajar teniendo en cuenta todo lo aprendido. Mi paso por la medicina hospitalaria, medicina convencional y mis años estudiando otras medicinas de otras culturas, fueron necesarios y muy útiles para emprender mi propio camino.
De todo lo expuesto he llegado a la conclusión de que existe una sola medicina completa y única que debería tener como principal logro el bien del paciente. Que se preocupe de prevenir, curar y dar una buena calidad de vida; una medicina en donde no existan rencillas ni divisiones y se escuchen nuevas maneras de curar extrayendo toda la sabiduría para ponerla en práctica; la sabiduría de nuestros ancestros médicos aplicada a la vida actual, donde la llamada medicina alternativa (la que no se aplica normalmente en hospitales ni ambulatorios españoles, aunque sí en otros países) sea tenida en cuenta y no se dejen sus conocimientos en el tintero.
En pleno siglo XXI, en donde tanto se ha avanzado a nivel tecnológico, es como si en el campo médico no se quisiera abrir la mente a otros conceptos o caminos de tratamiento, y critican, ridiculizan o se tratan peyorativamente sin ni siquiera conocerlos a fondo. Creo sinceramente que los médicos podemos ayudar mejor a prevenir y curar si enriquecemos nuestros conocimientos escuchando a las personas que nos ofrecen otras formas médicas de curar valorando sus pros y contras pero sin rechazarlas de antemano por ser diferentes a lo que hasta ahora estábamos acostumbrados. Lo mismo ocurre cuando a las personas mayores se las aparta en un rincón y no se las permite que transmitan su sabiduría adquirida por estudios o por su propia experiencia de vida, cultivada por el día a día y que no necesariamente se adquiere por la lectura de un libro.
Realmente la práctica de la medicina con o sin amor da unos resultados muy distintos. La popular frase que nos dice que «el amor lo cura todo» es muy real. ¡Probadlo! Ya veréis el cambio que da vuestra vida. Observad las diferentes respuestas de vuestro entorno si tratáis a quienes os rodean con amor o si, por el contrario, lo hacéis con desapego, rencor o agresividad. Nadie tiene la verdad absoluta, ni es más que otro. Si intentáis preocuparos en cómo sienten las demás personas antes de juzgarlas, antes de criticarlas, y las tratáis con respeto, los resultados serán mayores. Entrad sin afán de protagonismo, receptivos y dispuestos a adquirir más conocimientos para poder mejorar vuestras vidas. Los conocimientos adquiridos en los veintitrés años que llevo ejerciendo la medicina me han servido para poder entender más y mejor al ser humano en su conjunto y también a mí misma.
Termino esta introducción con el deseo de que toda mi experiencia de años plasmada en este libro os pueda ayudar tanto a profesionales del sector sanitario y medicinas alternativas, a que entendáis que la única medicina, es la que quiere el bienestar del paciente, como a toda la población en general para que comprenda que lo más importante es estar bien con uno mismo. Si curáis vuestra mente, curáis vuestro cuerpo. A lo largo del libro hago referencia a la medicina alternativa que incluye la medicina china, la medicina homeopática, la medicina osteopática, la medicina natural y la medicina sofrológica, con la intención de mantener el concepto de Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que dice que «la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades».